"LOS AMÓ HASTA EL EXTREMO"
Introducción
Con la Eucaristía de la cena del Señor comenzamos el Triduo Pascual. Tres días en los que vamos a conmemorar, paso a paso, los últimos acontecimientos de la vida de Jesús. Hoy centramos nuestra atención en tres grandes mandatos: Eucaristía, Sacerdocio y Amor Fraterno. La Eucaristía es la mesa abierta del Señor en que se sacia el hambre de la humanidad; fuerza sacramental que transforma la vida del mundo. El Sacerdocio nos remite al servicio en beneficio de la comunidad. El Amor Fraterno es el gran mandato. Porque lo central de este día es experimentar a Dios como amor, e imitarlo amando como Él ama. En este día haremos memoria de aquella pascua liberadora que sacó al pueblo de Dios, de la esclavitud y de la opresión.
Nos sentaremos en la mesa común. Ser comunidad que quiere caminar con su pueblo, sintiendo, compartiendo, comprendiendo, reconciliando, sanando, escuchando, abrazando. Porque Dios nos
llama a ser signos de Esperanza, haciéndonos cargo de la vida de los hombres y mujeres con los que nos encontramos a diario, o aquellos y aquellas que vienen a nuestro encuentro, pidiendo saber de esa misericordia tierna de Dios que nos llena la vida y nos hace celebrar juntos.
Hoy Jesús no hace un gesto de “humildad”, sino de “servicio”. En su gesto entenderemos el modo de nuestra fe, que trata de abajarse, de des-centrarse, para mirar desde abajo y desde allí encontrar a Dios.
Sabemos que nos mueve la esperanza, porque somos comunidad que se pone de pié para enfrentar la violencia y ponerse en el lugar del que sufre. Comunidad que le toca estar al lado del enfermo y entender que desde allí se redime.
Nos mueve la esperanza porque somos una comunidad que lucha contra el hambre, des-naturaliza la pobreza y hace crítica de todo lo que la provoca. Sostenemos la esperanza porque sabemos del Dios que cruza la muerte para darnos la Vida.
Primera lectura
Lectura del libro del Éxodo 12, 1-8. 11-14
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
«Este mes será para ustedes el principal de los meses; será para ustedes el primer mes del año. Digan a toda la asamblea de los hijos de Israel: “El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino más próximo a su casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.
Será un animal sin defecto, macho, de un año; lo escogerán entre los corderos o los cabritos.
Lo guardarán hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de los hijos de Israel lo matará al atardecer”. Tomarán la sangre y rociarán las dos jambas y el dintel de la casa donde lo coman. Esa noche comerán la carne, asada a fuego, y comerán panes sin fermentar y hierbas amargas.
Y lo comerán así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y lo comerán a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.
Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.
La sangre será vuestra señal en las casas donde habitan. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante ustedes, y no habrá entre ustedes plaga exterminadora, cuando yo hiera a la tierra de Egipto.
Este será un día memorable para ustedes; en él celebrarán fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejará
Salmo
Sal 115, 12-13. 15-16. 17-18 R/. El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor. R/.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas. R/.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11, 23-26
Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez les he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; hagan esto cada vez que lo beban, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coman de este pan y beban del cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 13, 1-15
Antes de la fiesta de la Pascua Jesús sabía que había llegado la hora de que él dejaría este mundo para ir a reunirse con el Padre. Él siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo, y así los amó hasta el fin.
El diablo ya había metido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la idea de traicionar a Jesús. Jesús sabía que había venido de Dios, que iba a volver a Dios, y que el Padre le había dado toda autoridad; así que, mientras estaba cenando, se levantó de la mesa, se quitó la capa, se ató una toalla a la cintura. Luego echó agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba en la cintura.
Cuando iba a lavarle los pies a Simón Pedro, este le dijo: -Señor ¿tú me vas a lavar los pies a mí? Jesús le contestó: -Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero después lo entenderás. Pedro le dijo: – ¡Jamás permitiré que me laves los pies! Respondió Jesús: -Si no te los lavo, no podrás ser de los míos.
Simón Pedro le dijo: – ¡Entonces, Señor, no me laves solamente los pies, sino también las manos y la cabeza! Pero Jesús le contestó: – El que está recién bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está todo limpio. Y ustedes están todos limpios aunque no todos.
Dijo: “No están limpios todos”, porque sabía quién lo iba a traicionar. Después de lavarles los pies, Jesús volvió a ponerse la capa, se sentó otra vez a la mesa y les dijo: -¿Entienden ustedes lo que les he hecho? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y Señor, les he lavado a ustedes los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado un ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo que yo les he hecho.