"¿Qué están dispuestos a darme si lo entrego?"
Introducción
En estos días de Semana Santa, los acontecimientos hablan por sí a través de la misma Palabra de Dios sin necesidad de interpretación; nos van adentrando paulatinamente en el misterio del Triduo Pascual. Sólo nos tenemos que dejar inundar por la Palabra y lo demás se nos da por añadidura. De esa inundación, la Palabra se encarna en nosotros, en el aquí y en el ahora y, dentro de la preparación y meditación del misterio de esta Semana Santa, nos sugiere una reflexión sobre la ayuda y la entrega.
El pasaje evangélico nos presenta la primera parte de la Última Cena, según Mateo, que se leerá mañana, Jueves Santo. Jesús y sus discípulos se encuentran en Jerusalén para celebrar la Pascua. ¿Dónde celebrarla? Ellos no son de allí, son del norte de Israel, no tienen una casa, no están con sus familias… Por ello, los discípulos le preguntan a Jesús: ¿Dónde cenaremos y celebraremos la “noche de Pascua”? Jesús se acuerda de un conocido que tiene un lugar para celebrar la Pascua. Hechos todos los preparativos, cuando estaban cenando, Jesús les espeta a sus discípulos: “Uno de vosotros me entregará” El caos, la confusión de nuevo reina entre los discípulos: ¿y ahora qué pasa? En estas palabras de Jesús se oye un eco de solemnidad, pero se oye sobre todo un eco de paz. No tiene miedo, sabe que el Padre lo acompaña, lo apoya. Sabe que el Padre está con Él. Lo extremo de esta traición de Judas es que Dios la convertirá en promesa de plenitud de Vida en Jesucristo. Hasta de la traición nuestro Dios es capaz de sacar Vida.
Las lecturas de este miércoles santo nos dejan una certeza que el profeta Isaías nos dice en la primera lectura: ¿Quién será mi rival, si tengo a Dios como roca en la que me apoyo? La fe en Dios no da esa confianza de que estamos en buenas manos, de que por mucho sufrimiento que pasemos, por mucho mal que podamos sufrir… Él, Dios se encuentra detrás de nosotros, recogiéndonos las lágrimas, secándonos el sudor y diciéndonos: No temas que Yo estoy contigo.
Cf. P. José Rafael Reyes
Primera lectura
Lectura del libro de Isaías 50, 4-9a
El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo;
para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.
Mi defensor está cerca,
¿quién pleiteará contra mí?
Comparezcamos juntos,
¿quién me acusará?
Que se acerque.
Mirad, el Señor Dios me ayuda,
¿quién me condenará?
Salmo
Sal 68, 8-10. 21-22. 31 y 33-34 R/. Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre.
Porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mi. R/.
La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre. R/.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias.
Miradlo, los humildes, y alegraos;
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo 26, 14-25
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
«¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».
Él contestó:
«Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle:
“El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
«En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».
Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
«¿Soy yo acaso, Señor?».
Él respondió:
«El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
«¿Soy yo acaso, Maestro?».
Él respondió:
«Tú lo has dicho».