Un hombre llevaba mucho tiempo orando a Dios. Todos los días, al comenzar la jornada y antes de acostarse, elevaba su espíritu y también, que todo hay que decirlo, su lengua al Todopoderoso… Ante la nula atención que, según él, le prestaba el Señor, decidió acudir a varios expertos en oración. Estos, que también hay que decirlo, después de vaciarle el bolsillo y cargarle con varios kilos de compendios teológicos, “le dieron largas” sin resolver su problema…
Así que después de un tiempo y cuando estaba a punto de dejar la oración para ejercitarse en otras técnicas menos costosas y más provechosas, se encontró con una persona sencilla de corazón (para mayor información, ver Mt 11,25-27). Nuestro hombre dejó los prolegómenos para otra ocasión y fue directamente al grano:
–¿Por qué Dios no me escucha, por qué no me contesta?
La otra persona, sin dejar de sonreír, le contestó:
–Amigo, ¿has comprobado si Dios está dormido…?
–¡Cómo! –le interrumpió nuestro protagonista–. No estoy para perder el tiempo, ni mucho menos para que me tomen el pelo.
–No, no es broma –volvió a tomar la palabra–. A veces Dios, según le estamos hablando, se queda algo traspuesto… Bueno, para que me entienda, “como un tronco.” Y le aseguro que no se medica ni duerme mal por las noches.
Y como veía que seguía desconfiando de sus palabras, prosiguió:
–Cada vez que su oración la convierte en un monólogo; cada vez que sus palabras salen de sus labios y no de su corazón; cada vez que su plegaria se reduce a un conjunto de fórmulas matemáticamente memorizadas; cada vez que su oración y su reloj van de la mano; cada vez que hace de su momento de diálogo con Dios un hermoso cántico a “su ombligo;” cada vez que sus palabras cobran mayor protagonismo que su silencio; cada vez que no es capaz de dejar que Dios le hable en el sagrario o en sus hermanos; cada vez que vive su oración como un paréntesis y no es capaz de encarnarla en su vida; y sobre todo y lo más importante, cada vez que no deja que Dios “meta baza” en su oración…, Dios, amigo mío, se evade, se aburre, se duerme.
* * *
El final de esta historia es toda una incógnita… Si tú, con tu oración y con tu vida eres capaz de despertar a Dios, entonces… entonces, entre los dos, podréis comenzar una hermosa historia de amistad (que en esto, precisamente, consiste la oración).
Javier Leoz, Revista Misión Joven, 441