Encuentro de los SSCC, miércoles santo, 31 de marzo de 2021
1. Pistas para la reflexión:
El cielo nos da así un mensaje de unidad: el Altísimo que está por encima de nosotros nos invita a no separarnos nunca del hermano que está junto a nosotros. El más allá de Dios nos remite al más acá del hermano.
Nos corresponde a nosotros tener la valentía de levantar los ojos y mirar a las estrellas, las estrellas que vio nuestro padre Abrahán, las estrellas de la promesa… el que mira las estrellas de las promesas no puede justificar ninguna forma de imposición, opresión o prevaricación, no puede actuar de manera agresiva.
“Somos polvo de estrellas”… Esta frase, doblemente hermosa porque es tan poética como científica, fue enunciada por el gran científico (y pensador) Carl Sagan (1934-1996). Su fundamento es bastante sencillo, si tenemos en cuenta la evolución del universo. Después del big bang la única materia primigenia que existía eran los simples átomos de hidrógeno, materia que dio lugar a las estrellas (acabo de resumir en una frase unos cuantos eones de tiempo, pero bueno…). Pero el único elemento que existía era ese, hidrógeno, el más básico y ligero del universo, así que… ¿cómo se generaron todos los demás elementos, el carbono, hierro, azufre, etc., los que nos rodean en nuestro día a día y de hecho forman los cimientos de nuestra propia existencia a nivel molecular? La respuesta es tan hermosa como simple: En el interior de las estrellas.
La impresión de “infinito” que nos produce mirar al firmamento en una noche clara la podemos sentir también cada vez que miramos a nuestro alrededor y recordamos que TODOS y cada uno de los átomos que forman TODA esa materia que nos rodea (incluidos nosotros mismos) no es ni más ni menos que “polvo de estrellas”.
Conectar con el potencial que nos habita y con una historia que nos precede y nos lanza hacia adelante.
Las estrellas que han guiado a los antiguos en sus búsquedas y travesías…
2. Pensamos personalmente y compartimos:
3. Nosotros, del mismo modo que Abraham miramos al cielo y caminamos en la tierra
Miramos al cielo. Contemplando el mismo cielo después de milenios, aparecen las mismas estrellas. Estas iluminan las noches más oscuras porque brillan juntas. El cielo nos da así un mensaje de unidad: el Altísimo que está por encima de nosotros nos invita a no separarnos nunca del hermano que está junto a nosotros. El más allá de Dios nos remite al más acá del hermano. Pero si queremos mantener la fraternidad, no podemos perder de vista el Cielo. Nosotros, descendencia de Abrahán, sentimos que tenemos sobre todo la función de ayudar a nuestros hermanos y hermanas a elevar la mirada y la oración al Cielo. Todos lo necesitamos, porque no nos bastamos a nosotros mismos. Alzamos los ojos al Cielo para elevarnos de la bajeza de la vanidad; servimos a Dios para salir de la esclavitud del yo, porque Dios nos impulsa a amar. La verdadera religiosidad es adorar a Dios y amar al prójimo.
Caminamos en la tierra. Los ojos fijos en el cielo no distrajeron a Abrahán, sino que lo animaron a caminar en la tierra, a comenzar un viaje que, por medio de su descendencia, iba a alcanzar todos los siglos y latitudes. Pero todo comenzó aquí, a partir del momento en que el Señor “lo hizo salir de Ur” (cf. Gen 15,7). El suyo fue, por tanto, un camino en salida que comportó sacrificios; tuvo que dejar tierra, casa y parientes. Pero, renunciando a su familia, se convirtió en padre de una familia de pueblos. También a nosotros nos sucede algo parecido. Sí, necesitamos salir de nosotros mismos, porque nos necesitamos unos a otros. La pandemia nos ha hecho comprender que «nadie se salva solo» (Carta enc. Fratelli tutti, 54). Aún así, la tentación de distanciarnos de los demás siempre vuelve. Entonces «el “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y eso será peor que una pandemia» (ibíd., 36). En las tempestades que estamos atravesando no nos salvará el aislamiento, no nos salvará la carrera para reforzar los armamentos y para construir muros, al contrario, nos hará cada vez más distantes e irritados. No nos salvará la idolatría del dinero, que encierra a la gente en sí misma y provoca abismos de desigualdad que hunden a la humanidad. No nos salvará el consumismo, que anestesia la mente y paraliza el corazón.
Nos toca a nosotros recordarle al mundo que la vida humana vale por lo que es y no por lo que tiene, y que la vida de los niños por nacer, ancianos, migrantes, hombres y mujeres de todo color y nacionalidad siempre son sagradas y cuentan como las de todos los demás. Nos corresponde a nosotros tener la valentía de levantar los ojos y mirar a las estrellas, las estrellas que vio nuestro padre Abrahán, las estrellas de la promesa… el que mira las estrellas de las promesas no puede justificar ninguna forma de imposición, opresión o prevaricación, no puede actuar de manera agresiva.